Mi proceso con Jesús 1 parte.
- ricardopinzon3128
- 3 jun 2016
- 9 Min. de lectura

Mi proceso con Jesús
Mateo 28:19-20Traducción en lenguaje actual (TLA)
19 Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 20 Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado. Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo.»
Nuestra nueva serie Jesús siempre en los titulares nos ha llevado a centrar la atención en ese especial llamado que Jesús hizo a hombres comunes y corrientes a seguirlo para convertirse en sus discípulos. Sin embargo Jesús no se limitó a unos pocos hombres antes de partir nuevamente junto al Padre, Jesús da una orden clara a sus discípulos: vayan y hagan otros discípulos, hasta el día de hoy ese mandamiento es uno de los pilares fundamentales de la Iglesia. Si algún hombre se considera seguidor de Jesús (un discípulo) considerara vigente e imperativo dicho mandamiento. La iglesia está en la necesidad de formar nuevos discípulos, los creyentes están en la necesidad de convertirse en discípulos. La pregunta entonces es: ¿Vivo un proceso real como discípulo de Jesús? ¿Me estoy preparando para hacer discípulos de otros creyentes?
Discipulado es más que información
Muchos han entendido el discipulado de una manera muy académica. “Sentémonos, ¿trajiste tu Biblia?, toma esta fotocopia, léela, contesta las preguntas, ¿entendiste el tema? ¿Alguna petición? oremos, adiós”. En nuestra mente el discipulado simplemente consistía en transmitir información de un emisor a un receptor, y luego, asegurarme que el receptor entendió el mensaje a comunicar, y lo retuvo (al menos esos minutos). Si eso es el discipulado no deberíamos preocuparnos por hacer mucho, solo asistir a ciertos espacios de aprendizaje (como en un salón de clases) y aprender de memoria lo mejor que podamos la información que recibamos. Sin embargo no fue así como Jesús y la Iglesia posteriormente comprendió y desarrollo el llamado a hacer discípulos.
La pregunta que debe hacerse: ¿qué significa bíblicamente el discipulado cristiano? La respuesta correcta: enseñar a otros a ser como Cristo (Ef 4:11-13). Y ser como Cristo no tiene que ver solamente con creer las cosas correctas (sana doctrina) sino con practicar y vivir las cosas correctas que he aprendido (sana práctica). “¿Quién conocerá sus propios errores?” clamó el rey David a Dios (Sal 19:12). No fuimos diseñados para vivir como entes individuales flotando en el universo y creciendo en cuarentena. Fuimos diseñados para vivir en comunidad, y para que el proceso de santificación (ser cómo Cristo) sea una tarea de comunidad (ver Ef 4:16). ¿Algún miembro puede prescindir de otro? ¿Podemos decirle a un miembro que no lo necesitamos? ¿Podemos soportar, amar, enseñar, exhortar, animar y consolar a otros si vivimos aislados del cuerpo? ¡Para nada! Fuimos creados para vivir la vida cristiana en comunidad (Ro 12:5).
Discipulado es una tarea en comunidad
La iglesia local es eso, una comunidad de creyentes en un lugar físico en común, que han decidido juntos correr la carrera de la fe, y amarse y ayudarse mutuamente en ese trayecto. ¿Hasta cuándo? Hasta que la carrera acabe, ya sea por partir a la presencia de Dios, o que Cristo regrese antes. Una cosa es cierta: buscamos la santidad del Cuerpo buscando la santidad de cada miembro. Las preguntas difíciles son necesarias en una sociedad que nos quiere amoldar a la superficialidad, a la respuesta genérica de “estoy bien, gracias”. Necesitamos ir más profundo, viendo si realmente Cristo está siendo formado en el corazón de cada miembro. Y para llegar al corazón, hay que sacar la capa externa.
Las relaciones de discipulado deben apuntar al corazón. Antes de darse a luz, el pecado se concibe en el corazón (Stg 4:1), y allí buscamos aplicar todas las defensas posibles para el ataque de las tentaciones. Un hombre le pregunta a otro: ¿cómo estás amando a tu esposa y liderándola?; una mujer pregunta a otra: ¿cómo estás amando a tu esposo y a tus hijos en esta etapa?; le preguntamos a un joven: ¿cómo estás con respecto a tu pureza sexual, tanto en tus ojos como en tus pensamientos? Y creo que la pauta más evidente debe ser esta: realmente me importa si estás creciendo o no a la imagen de Cristo (1 Jn 3:18), y yo quiero colaborar para que eso se lleve a cabo, haciendo las preguntas difíciles que pueden revelar aspectos del corazón y ayudarte a batallar, crecer, y continuar fielmente en el camino de la santidad. Eso es amor. Eso es discipulado. Así que discipulado se trata más de caminar juntos, haciendo lo necesario para cada día ser más como Jesús. Nuestras relaciones son las que nos permiten formarnos, en la medida que nos acompañamos, nos cuidamos, nos corregimos y nos enseñamos.
¿Quién te está haciendo las preguntas difíciles?
¿Quién está haciendo en tu vida las preguntas difíciles e incomodas? ¿Quién se está metiendo en los temas sensibles? ¿Quién te está evaluando semana a semana? ¿Quién está preguntándote sobre tu pureza sexual? ¿Quién está indagando en tu matrimonio y la crianza de tus hijos? Estas preguntas pueden enloquecer a cualquier persona y hacerla correr a la dirección contraria a toda velocidad. Pero, aunque no lo creas, el que tiene el suficiente valor para hacértelas es alguien que tiene el valor necesario para amarte a pesar de cómo reaccionarás ante ellas. Sí, algunos piensan que una persona así es un “metiche” o que anda asomando sus narices donde no le incumbe. Pero esas preguntas tan directas pueden ser salvavidas para nuestra vida espiritual en medio de un naufragio, y son necesarias para poder llevar a cabo la misión de hacer discípulos (Mt 28:18-20).
¿Y ahora qué hago?
Si hoy en día no hay nadie en tu vida haciendo las preguntas difíciles, o tú mismo no estás haciéndolas a otros, empieza tú el primer paso. No hay que hacer un curso ni nada por el estilo. Pídeles a otros en tu iglesia que te pregunten sobre aspectos íntimos de tu vida, que te pregunten cada vez que te vean, que puedan juntarse semanalmente y cada uno rendir cuentas al otro en su vida espiritual. La santidad de la iglesia no es un deber del pastor: es un deber de cada miembro que la conforma. No es el pastor, sino todos nosotros, los que fuimos llamados con la autoridad de Jesús a ir y hacer discípulos enseñándoles todo lo que Cristo nos ha mandado. No es el pastor, sino todos nosotros, los que fuimos llamados a santidad. ¿A quién buscarás amar esta semana y hacerle preguntas difíciles? ¿Ves en tu punto de conexión el grupo de personas con las cuales estas creciendo y te estas apoyando para ser un seguidor de Jesús?
El discipulado y algunos impedimentos en la familia y la cultura
Mucho se ha escrito sobre el costo del discipulado y aún más se ha hablado. Sin embargo, son las palabras de Jesús y no las nuestras aquellas que nos pueden llevar por un camino seguro. Jesús se refirió a algunas condiciones específicas que debíamos cumplir si queríamos ser sus discípulos, unas de esas condiciones (que puede poner los pelos de punta) es esta:
“Si alguien viene a Mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo. El que no carga su cruz y Me sigue, no puede ser Mi discípulo… Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser Mi discípulo”.
¿Quién no se eriza ante las bruscas expresiones de aborrecer, llevar la cruz y renunciar? Parece cortar todo lo que nos hace quienes somos. Y eso es lo que hace. Entonces, ¿qué pretende Jesús en este pasaje? ¿Sugiere realmente que debemos “aborrecer” nuestras familias e incluso a nosotros mismos, con todo lo que esta postura implicaría? Por un lado, es evidente que hay que decir “no”. Después de todo, Jesús es el único que cumplió a la perfección el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo, y hasta nos llama a amar a nuestros enemigos. Sea lo que sea que quiere decir, Él no se contradice a sí mismo y no está sugiriendo que hagamos algo que no concuerde con el resto de la Palabra de Dios.
Jesús nos está llamando a una lealtad total. Lo que dice esencialmente es: “Para ser mi discípulo, tienes que darme preeminencia sobre y (a veces) en contra de todas las demás relaciones”. En otras palabras, nuestras vidas deben estar tan sujetas a Cristo que cuando ponemos nuestra lealtad hacia él al lado de otras lealtades, la diferencia es tan grande que se podría describir con la terminología en blanco y negro de amor y odiar. Este es un costo notable que pagar, ¿no es así? Parece una carga demasiada pesada, casi insoportable. Y, de hecho, lo es. Uno se pregunta si es posible que alguien lo logre.
Lo que es notable acerca del discipulado centrado en el evangelio es la afirmación de que alguien sí “se las arregló para hacerlo”. Cristo, el Hijo de Dios, optó por condescender a nuestro mundo en su Encarnación. En lugar de dejarnos morir como esclavos y discípulos de amos crueles, dejó su lugar junto a su Padre en el cielo, renunció a todo lo que tenía, cargó una cruz que nosotros merecíamos y finalmente renunció a su propia vida por nosotros. En definitiva, en su llamado al discipulado radical, Jesús no nos pide algo que Él no lo haya hecho por nosotros. Y es esta realidad, que nuestro Discipulador ha renunciado a todo por nosotros, lo que no solo nos anima, sino que en realidad nos capacita para responder a su llamado al discipulado costoso. Solo esta clase de Dios podría ser digno de nuestra lealtad total.
El costo del discipulado trasciende la cultura en la que crecimos.
El costoso llamado de Lucas 14 desafía tanto el modo de pensar de la cultura oriental como de la occidental y se ve claramente en los momentos en que Jesús llama a sus discípulos a seguirle. En Mateo 4:21-22, encontramos a Santiago y a Juan en una barca arreglando las redes de pesca, y su padre con ellos en la barca. Es en este punto que Jesús “les llamó”, y después de escuchar este llamado, los hermanos, “dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron”.
Ahora, lo que es interesante aquí son las diferentes formas en que este texto se podría leer. Por un lado, un occidental típico podría leer este pasaje y ver poco desafío en el llamado que se traduce en dejar atrás al padre. Esto se debe a que, en las culturas occidentales, tiende a darse mayor lealtad al individuo y su vocación, sin importar cómo esto pueda afectar a la propia familia, a la comunidad y a los demás. En marcado contraste, una cultura oriental más conservadora a menudo pone más énfasis en la familia, la comunidad y la solidaridad corporativa.
De este modo, este llamado, el cual es un brillante ejemplo de la clase de compromiso que Cristo pidió en Lucas 14, es particularmente difícil para las culturas más tradicionales. Mientras que la sociedad misma, nuestras comunidades locales e incluso nuestras familias pueden exigir que les demos nuestra devoción principal, el llamado al discipulado siempre incluye una drástica reordenación de lo que es más valioso para nosotros, y a veces puede incluir apartarse de ciertas cosas que se niegan a someterse al gobierno de nuestro nuevo Maestro.
Seamos claros: no estamos diciendo que Cristo esté llamando a los orientales a abandonar a sus familias y los occidentales a abandonar sus carreras. Más bien, estamos diciendo que el llamado al discipulado es una reorientación fundamental de nuestra existencia humana, un cambio de dirección, un giro total de nuestras vidas, con el fin de que nuestros afectos pueden ser colocados principalmente en Cristo. Siendo este el caso, el llamado al discipulado trascenderá a través de toda cultura. Así, para el progresista, parte del llamado será el de asegurarse de que Cristo es más importante que su trabajo. Debemos encontrar nuestra identidad en ser un discípulo de Cristo, y no como discípulos de nuestro desarrollo profesional. En cuanto a los tradicionalistas, el reto puede estar en asegurarse de que Cristo tenga prioridad en la vida más allá de la familia, la comunidad y la sociedad. Debemos asegurarnos de que Cristo sea el tesoro supremo de nuestras vidas.
Cualquiera que sea el caso, como discípulos de Cristo, tenemos el desafío de darle nuestra lealtad total, sin importar nuestro origen cultural o ubicación social. Siendo este el caso, nuestra comodidad y nuestra energía se deben derivar del hecho de que Cristo no sólo trasciende la cultura humana, sino que también entró en ella.
Preguntas Para El Grupo.
1. ¿Qué concepto he tenido de los que significa convertirme en un discípulo de Jesús? ¿Cómo creo que en mi Iglesia se viva este proceso?
2. ¿Creo estar viviendo un proceso real como discípulo de Jesús? ¿Me estoy preparando para discipular a otros creyentes?
3. ¿Estás dispuesto a buscar un grupo de personas que te hagan las preguntas difíciles de tu vida? ¿Crees estar dispuesto a ocuparte de otros haciéndoles tú las preguntas difíciles?
4. ¿Qué entiendes hoy por el mandamiento de Jesús (Lucas 14:26) de cómo ser un discípulo? ¿Qué crees que es lo más difícil de poder cumplir en este mandamiento?
Te recomendamos escuchar la enseñanza del domingo 04 de junio de la serie Jesús siempre en los titulares. Publicado originalmente en The Gospel Coalition / thegospelcoalition.org/coalicion/article/
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