Lo mejor que nos puede pasar
- ricardopinzon3128
- 4 oct 2016
- 7 Min. de lectura

Marcos 1:14-15 (NTV)
14 Más tarde, después del arresto de Juan, Jesús entró en Galilea, donde predicó la Buena Noticia de Dios. 15 «¡Por fin ha llegado el tiempo prometido por Dios! —anunciaba—. ¡El reino de Dios está cerca! ¡Arrepiéntanse de sus pecados y crean la Buena Noticia!».
Menú 4. Lo mejor que nos puede pasar
En una igleburger la idea central consiste en mejorarnos. Nos ofrecen un servicio de cuidado personal donde mi yo, que en esencia es bueno, puede crecer. Como una clínica de estética, o un club de autoayuda, buscamos la superación personal como meta espiritual; y hay lugares que así lo ofrecen.
Jesús no. Arrepentíos, resuena en mis oídos. Es el llamado primero, quizás el más importante que escuche jamás. ¿En qué consiste? El arrepentimiento es un cambio radical de mis valores. Si mi vida estaba centrada en mí, Dios me pide que me centre en Él. Si mis intereses eran la bandera que me acompañaba a todas partes, ahora son Su Reino y sus intereses. Mi vida estará en función de la suya, negarme a mí mismo será mi norma:
“Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”. Gálatas 2:20. El arrepentimiento es un cambio de conductor en el vehículo de mi vida. Es poner mi confianza y mi futuro en manos de un Dios justo, amoroso y bueno y que tiene un plan para mí, quizás no el que yo quiero o deseo, pero sí el mejor para la eternidad. Arrepentirse implica reconocer que uno debe cambiar, y cambiar mucho. Reconocer que en esencia estaba equivocado y que necesito aprender desde cero. Que no sé nada como debo saberlo y que mi vida estaba tomando un rumbo totalmente opuesto a lo que Dios quiere. Esto y mucho más es arrepentimiento. Y además de reconocer que soy pecador, debo querer cambiar, y poner mi confianza en Dios para hacerlo.
Un verdadero milagro que solo Jesús puede hacer en mí
Algunos nos dicen que podemos mejorar nuestra condición siguiendo este o aquel consejo, pero no diagnostican nunca el problema central, ni nos dan la verdadera solución. Y engañados durante mucho tiempo, pensamos que seguimos a Jesús cuando ni siquiera hemos reconocido que necesitamos su perdón.
Imagina por un momento que alguien tiene una enfermedad muy grave pero que no es consciente de ella. La enfermedad crece en su interior mientras él sigue viviendo como si nada. Pero si no se trata puede morir.
Un médico conoce la cura y sabe perfectamente lo que el paciente debe hacer. El proceso puede doler, pero es lo mejor para el paciente. Si nadie le dice nada, no le diagnostican correctamente, la enfermedad seguirá su curso y aunque el sujeto lo desconozca, las consecuencias lo alcanzarán.
Pero si el médico le informa al paciente de su situación y además le dice que tiene tratamiento le dará esperanza, una oportunidad para una vida mejor y más larga. ¿No sería lo mejor que le pudiera pasar? Creo que sí, y aunque al principio pudiera ser difícil de aceptar, el paciente estaría eternamente agradecido con el médico sabio y bueno.
Nuestra condición es de pecadores, es nuestra enfermedad, estamos peleados con Dios, y no basta solo con poner parches que alivien el dolor, no basta con ignorar el problema para que desaparezca. No es suficiente vivir una vida irreal que al final nos llevará al desastre. Jesús nos presenta la realidad y nos invita a vivir de verdad.
El diagnóstico
Es claro. Sí, soy pecador. Entender el evangelio comienza bajando el concepto que tenemos de nosotros hasta lo más bajo y a la vez elevándolo hasta dimensiones divinas y eternas. Esa es la paradoja de las buenas noticias. No como un truco sentimental, sino por el reconocimiento de lo que realmente somos.
Las consecuencias
Si no me trato también las conozco. Si no cambio, esto me llevará a morir, a no percibir a Dios, a no querer estar con Él, a vivir una vida que toma un rumbo equivocado para la que fue creada.
La solución
Pasa por el reconocimiento de la enfermedad y el arrepentimiento, un cambio radical de naturaleza, un milagro, que solo el doctor Jesús puede hacer. ¿Quién si no él podría cambiarme a mí? Y si lo hace, si realmente lo hace, estaré eternamente agradecido con Él.
Mientras tanto, en la igleburger siguen dando consejos para ser un mejor trabajador, un mejor estudiante, un mejor esposo y cosas así. No digo que eso esté mal. Solo que primero hay que hablar de otras cosas, y todos esos temas estarán en función de lo primero, de la mejor noticia que te pueden dar para, a partir de ahí, construir toda nuestra nueva vida. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y las demás cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33.
Porque aquí no estoy hablando de mejorar, ni de si te apetecen patatas fritas con ketchup o mostaza, o de cómo te apetece vivir tu vida. Estoy hablando de rescatarte, de curarte, de salvarte. Eso es más importante que todo lo demás. No es saciar necesidades básicas del ser humano para ser una iglesia moderna, o postmoderna, o que ofrece buenos “tips” y ya está, que pretende cumplir una función dentro de la sociedad. Que entretiene a la audiencia con actividades para que no hagan cosas raras, ni se junten con malas compañías. No, es mucho más serio, estamos hablando de un verdadero cambio, un reconocimiento de nuestra condición y una intención de querer agradar a Dios. Lo demás vendrá como consecuencia.
Cambiar. Algo tan difícil de hacer que solo con Jesús lo podemos lograr. En la igleburger no se habla mucho de esto, ni de las consecuencias reales que en nuestra vida tiene el arrepentimiento, hay otros temas más actuales que tratar como para comentar estos “asuntos antiguos”. Sin embargo se nos va la vida en ello. Y es que es tan milagroso arrepentirse que Jesús lo llama “nacer de nuevo”.
Menú 5. Nacer, otra vez…
“No te sorprendas si te digo: “Ustedes tienen que nacer de nuevo””. Juan 3:7. ¿Te imaginas poder volver a nacer? Algunos dicen que cambiarían muchas cosas de su vida. Sería una oportunidad de oro: volver a aprender, caminar, tropezar, empezar a hablar quizás de otra manera, ser educado diferente, volver a crecer de una manera más sana y alimentarse mejor. La invitación de Jesús nos lleva a nacer de nuevo, a darnos una nueva oportunidad por voluntad de Dios. Muchos se llaman hijos de Dios pero para serlo hay que volver a nacer de Él. Ser cristiano no tiene nada que ver con afiliarse a alguna iglesia de manera nominal, o estar en una familia cristiana. Tampoco sirve de nada tener un nombre u otro, ser de una denominación u otra. Lo importante es si has nacido de nuevo y si eres hijo de quien dices ser.
Ninguna institución salva, solo Dios salva. ¿No?
Tampoco tiene que ver con una frase que pronunciaste hace un montón de tiempo diciendo que querías que Jesús entrase en tu corazón. Si lo hiciste pero no naciste de nuevo tampoco importa. Mucho menos es una creencia solo intelectual en un Dios que se hizo hombre y murió por nosotros. Tiene que ocurrir algo más, algo que solo Dios puede hacer, tienes que nacer, otra vez. Dios te tiene que salvar a TI. Y eso implica muchas cosas. “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo”. Romanos 10:9.
Por lo que a nosotros respecta, cuando naces de nuevo reconoces a Dios como tu Padre. Empiezas a amarlo. En la iglesia actual parecemos más interesados en una filiación escrita en un papel que en que la gente reconozca a Dios como Padre y a Jesús como Señor. La relación con Dios que nos enseñó Jesús es una relación de padre a hijo, con todas las consecuencias que ello conlleva: conocerlo, escucharlo, ser corregido y parecerte cada vez más a tu padre en la medida que creces (eso dicen que me pasa a mí con mi padre, es pura genética).
¡Qué importante es dar el alimento correcto en el momento correcto!
Otro aspecto de nacer de nuevo, es que nadie nace mayor, sabiendo las cosas. Nacemos bebés, y debemos alimentarnos bien si queremos crecer y recibir los cuidados necesarios. En una igleburger se está alimentando a los bebés con perritos calientes espirituales.
No podemos permitir que el amor de Dios, su perdón, su llamado al arrepentimiento y la comprensión de los hermanos, sea sustituido por un mensaje acerca de cómo hacer crecer una empresa que tiene nombre de iglesia, pero que en realidad está más pendiente de las cuentas económicas que de las cuentas con Dios. No es iglesia lo que se parece a una iglesia externamente. “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, pero estás muerto”. Apocalipsis 3:1.
Es nuestra responsabilidad conocer qué es lo que necesitan los recién nacidos, responsabilidad de todos. Recuerda cuando tú naciste de nuevo, ¿Qué era lo que necesitabas? ¿Lo que de verdad necesitabas en lo más profundo de tu ser? ¿Ya lo sabes? Dáselo también a los demás. “Además, quiso que fuéramos sus hijos. Por eso, por medio de la buena noticia de salvación nos dio una vida nueva.” Santiago 1:18. El punto de partida es Él, no nosotros. Es Dios el que nos hizo nacer, que hizo el milagro de que le creyéramos y se esforzó en hacernos entender su amor. Así que descansa en él, sabe los hijos que quiere tener.
Ahora bien, parte de nuestra responsabilidad es hacer crecer lo que Dios ha hecho nacer. Así que no nos durmamos en los laureles y alimentémonos bien y crezcamos como debemos. Y para crecer en la iglesia debemos entender que no basta con lo que nos dan el domingo. El crecimiento depende sobre todo de nuestra relación con Dios y con los demás cada día.
Postre Para El Grupo.
¿Cómo definirías “arrepentimiento” con tus palabras? ¿Por qué nos cuesta tanto arrepentirnos?
¿Cuál es el diagnóstico de Jesús respecto al ser humano? ¿Y las consecuencias? ¿y la solución?
¿Cómo sé que soy un hijo de Dios?
¿Qué significa para ti Romanos 10:9?
Te recomendamos escuchar la enseñanza del domingo 02 de octubre de la serie Conectados con Dios. (Publicado originalmente en Igleburger Álex Sampedro)
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